viernes, 11 de mayo de 2012

Cuento I


Este es el primero de una serie de cuentos que quizás vaya escribiendo para no perder el hábito. Tuvo una buena repercusión entre mis compañeros, es el resultado de una tarea que pidió la profesora de literatura y pasé a leerlo en clase. Está basado en "La noche boca arriba" de el Gran Julio Cortázar, y como se puede apreciar, tiene una estructura muy similar. Es un pequeño orgullo para mí saber que hay gente que reconoce algún tipo de "talento" en mi, es bastante alentador. Espero seguir avanzando en esto que tanto me gusta...

Esclava de un sueño

Tal vez sea malo estar despierta...”

Tania, una linda joven de 18 años, salió como todos los sábados a correr por el parque durante la mañana, pero esta vez decidió empezar una hora antes. Se cruzó con el vecino que sacaba a los perros a pasear, ayudó a la encargada del edificio intentando no ensuciar las baldosas recién lavadas, y con un aire de satisfacción personal, caminó las siguientes cuatro cuadras que debía recorrer. Una vez allí, tomó aire durante algunos segundos y comenzó con la rutina de ejercicios. Pasaron dos horas, un tanto exhausta pero llena de energía decidió detenerse a comprar alguna bebida. El único quiosco abierto a esa hora estaba a dos cuadras y nunca le simpatizó del todo su apariencia. De todas formas no tenía otra opción y se dirigió hacia allí.
- Buenos días – dijo apenas ingresó. - ¡Buenos días, linda! - le contestó un señor simpático y verborrágico - ¿En qué te puedo ayudar?. Le pidió alguna bebida, un alfajor y le entregó veinte pesos. Mientras esperaba el vuelto y los productos, se detuvo a leer los carteles.- ¿Está buscando empleada? - inquirió tímidamente – Sí linda, hace algún tiempo. Estoy bastante viejo y ya no me alcanzan las energías para seguir con estos trotes- contestó el señor con cierta connotación de tristeza. - Yo podría ayudarlo, terminé el secundario el año pasado y aún no encuentro trabajo- se ofreció con una sonrisa. Algo de ese amable señor le generaba una sensación de comodidad y confianza.- Claro que sí, me encantaría, podrías empezar desde el lunes, ¿te parece?-.
Así quedaron, se despidieron con un cálido saludo y Tania salió a la calle. Estaba cruzando la avenida cuando un grito la desconcentró: - ¡Los auriculares, señorita! -
Fué lo último que recordó de aquel día. Una mezcla de sonidos y fuertes luces, más algún insoportable dolor de cabeza y muscular fueron los vestigios de algo que parecía haber sido un accidente. Sin embargo, a pesar de creer que debería despertarse en alguna habitación típica de hospital, con luces enceguecedoras, médicos y enfermeras alrededor, se encontró en su cuarto, algo confundida aún por el terrible sueño, (¿sueño? ) un tanto adolorida, seguramente por haberse acostado en una mala posición y con una cierta sensación de soledad y angustia. Por un momento sintió pesadez y no pudo levantarse de la cama. Pero era conciente de que había pasado un buen tiempo dormida y había mucho por hacer. Buscó su ropa de domingo, y salió dispuesta a continuar el día. Se asomó a la ventana y notó ciertos cambios brusco en el paisaje habitual del la ciudad, pero no le prestó demasiada atención, quizás llovió, quizás pasó algo más. De pronto sintió un punzante dolor en todo el cuerpo, y encontró algunas heridas recientes por todos lados. Debía encontrar a sus padres para preguntarles si había pasado algo que ella no recordara. Los ubicó por el celular, estaban de compras. Qué sí, que los espere que ya le explicarían todo, que no se desespere que no tenía nada grave, que se tranquilice, todas frases terribles, ¿qué le podría haber pasado sin que ella lo advirtiera? ¿O lo que había creído un sueño no lo era y realmente tuvo un accidente? En efecto al llegar los padres le contaron lo sucedido. Sí, si había salido a correr, si había arreglado comenzar a trabajar el lunes en el quisco, si se había olvidado los auriculares, sí la habían atropellado dos jóvenes que circulaban alcoholizados. El choque la había dejado inconciente algunas horas y debió ser operada de urgencia, pero se recuperó con normalidad, los médicos habían advertido que quizás tuviera algunos baches en la memoria, pero que todo mejoraría con el paso del tiempo. Desconcertada ante tal situación decidió salir a dar algunas vueltas para despejar su mente. Claro que no podía por que las heridas aún no estaban cicatrizadas, pero no le importó, ya no dolían. Pensó en todo mientras se dirigía al parque. Aunque no recordase absolutamente nada del accidente y estuviese en un estado de gran confusión, debía empezar a trabajar, avanzar, todavía contaba con su vida y eso era lo importante. Pasado el tiempo de recuperación, comenzó a trabajar en el quisco y todo siguió su ritmo normal. Ya no quedaban dudas sobre su accidente, pero si algunas secuelas. A diario sentía pinchazos en los brazos, aparentemente de dolor. Durante las noches despertaba asustada porque sentía la voz de su madre rogando que se levantara, lamentos en un principio desgarradores, luego angustiados y finalmente resignados. Supuso que era lo que había oído durante la noche que había pasado inconciente después del accidente, que habían quedado guardadas traumáticamente en su memoria. Y a pesar de no poder dormir del todo bien, decidió no darle importancia a esos raros sueños, de manera que fueron acallándose a medida que pasaban los meses.
De a poco el destino comenzó a sonreirle, algún tiempo después de empezar a trabajar pudo conocer al gran hombre de su vida, con quien pasado un tiempo se casó y formó una hermosa familia. Tuvo dos hijas, Azul y Maia a quienes les dedicaba toda su atención y por las que se levantaba feliz todos los días. Gracias al trabajo de su marido obtuvieron una casa propia, y por un momento creyó que nada podía opacar la felicidad del momento. Tenía todo lo que había pedido para sí misma, todo se daba según lo planeaba, nada interrumpía esa especie de sueño maravilloso en el que se encontraba. Pero un día volvieron a surgir las pesadillas. No era fácil describir lo que le sucedía. Estaba en algún lugar, recostada. Pero no podía moverse ni emitir sonido. Nada de su cuerpo le respondía, era sólo ella y su mente, que podía percibir el mundo exterior. Escuchaba la voz de un médico, o al menos eso suponía porque cambiaba constantemente. Voces que creía conocer, a veces distinguía la de su madre, la de alguna que otra tía que en la realidad ya había desaparecido de su vida, aunque no sabía por qué (de todas formas era mejor tenerlas lejos que cerca), y alguna que otra vez la voz de su padre, indiferente e insensible como siempre mientras discutía con su madre. Hablaban de “dejarla ir”, muchas veces utilizaban la palabra “desconexión”, mencionaban algunos aspectos legales de no se sabe qué. Conversaciones a las que no podía meterse, no porque no quisiera si no porque no podía. Y eso la desesperaba. Pero fue mucho peor aún, cuando comprendió que estaban discutiendo por ella, que lo que se disputaba era si mantenerla viva o dejarla morir. Volvieron los llantos desgarradores y la voz cansada de su pobre madre que le rogaba un milagro a ese Dios en el que alguna vez había dejado de creer. Todo por eso maldito accidente. “No por favor, todavía estoy acá, todavía respiro, quiero vivir, quiero despertar, no me suelten la mano, necesito una oportunidad” intentaba gritar con todas sus fuerzas pero no lograba ni siquiera abrir los ojos, no pasaban de ser intentos vanos de su mente que intentaba reactivar todo ese cuerpo muerto que la resguardaba. “No mamá, no te resignes, necesito que confíes en mí, que me ayudes a despertar, mamá no te vayas, mami te amo, necesito que te quedes conmigo, ¿no me escuchás má? No me dejes sola, no permitas que me hagan algo malo, ¡mamá!”.
Despertarse de esos sueños eran una batalla continua, mientras más se desesperaba por salir de esa situación más difícil se tornaba lograrlo. Cuando lo hacía respiraba profundamente y palpaba la realidad que la rodeaba, le volvía el alma al cuerpo, suspiraba tranquila y continuaba su rutina diaria. Aunque las pesadillas se tornaron un tanto monótonas, no dejaban de ser terribles, básicamente no quería dormir, probó ir al psicólogo, hacer algún tratamiento, nada le daba resultado. Sólo conseguía transtornar la vida de su familia. Creía estar volviendose loca, y más aún cuando comenzó a sentir que cada vez que el sueño la vencía y se quedaba dormida, al despertar sentía a su realidad cada vez menos real, sí, creía y sentía más creíble a sus pesadillas que a la vida real misma. Todo estaba dando vueltas. Ya no distinguía la lucidez de la locura, y eso era desesperante.
“Es un milagro, por Dios, Gustavo vení rápido tenés que ver esto. ¡Doctor!, ¡enfermeras! Alguien por favor, esto es un milagro” Oyó los gritos de alegría de su madre. Tania se había despertado. Abrió los ojos pero no pudo moverse debido al estado de gran debilidad en el que se encontraba. No tenía noción de cuánto tiempo había estado dormida. No. No había estado dormida. ¿Esto era la realidad? ¿Dónde estaba? ¿Qué le pasaba? No, era su sueño y lo había vencido, claro que sí, había logrado despertarse y esa pesadilla ya no volvería más. Ahora sólo quedaba despertar a la realidad. Pero no pudo.
Su vida no había sido más que un largo sueño durante un estado de coma profundo luego del accidente. Quince años en reposo, la lucha y la perseverancia de sus padres habían logrado mantenerla viva y hoy veían el resultado: su hija había vuelto. Pero Tania no podía entenderlo. ¿Dónde estaban sus hijas? ¿Su marido? ¿Su casa? ¿Su felicidad? ¿Nada existía? No lo quería entender, no podía entenderlo. Tenía 33 años y casi la mitad los había pasado durmiendo. No podía ser posible, necesitaba despertar de verdad, necesitaba creer que ese no era su sueño, que quería volver a su vida normal. No podía ser cierto, pero claro, había una solución, ¿qué era lo que la mantenía en esa horrible pesadilla? Haber despertado, estar viva. Entonces debía volver a dormirse. ¿Cómo iba a dormirse? Exacto. Debía morir en su sueño. Con un último esfuerzo sobrehumano, levantó el brazo, estiró la mano y desconectó el respirador...


Tamara Ailén :)

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