Este es el primero de una serie de cuentos que quizás vaya escribiendo para no perder el hábito. Tuvo una buena repercusión entre mis compañeros, es el resultado de una tarea que pidió la profesora de literatura y pasé a leerlo en clase. Está basado en "La noche boca arriba" de el Gran Julio Cortázar, y como se puede apreciar, tiene una estructura muy similar. Es un pequeño orgullo para mí saber que hay gente que reconoce algún tipo de "talento" en mi, es bastante alentador. Espero seguir avanzando en esto que tanto me gusta...
Esclava
de un sueño
“Tal
vez sea malo estar despierta...”
Tania,
una linda joven de 18 años, salió como todos los sábados a correr
por el parque durante la mañana, pero esta vez decidió empezar una
hora antes. Se cruzó con el vecino que sacaba a los perros a pasear,
ayudó a la encargada del edificio intentando no ensuciar las
baldosas recién lavadas, y con un aire de satisfacción personal,
caminó las siguientes cuatro cuadras que debía recorrer. Una vez
allí, tomó aire durante algunos segundos y comenzó con la rutina
de ejercicios. Pasaron dos horas, un tanto exhausta pero llena de
energía decidió detenerse a comprar alguna bebida. El único
quiosco abierto a esa hora estaba a dos cuadras y nunca le simpatizó
del todo su apariencia. De todas formas no tenía otra opción y se
dirigió hacia allí.
-
Buenos días – dijo apenas ingresó. - ¡Buenos días, linda! - le
contestó un señor simpático y verborrágico - ¿En qué te puedo
ayudar?. Le pidió alguna bebida, un alfajor y le entregó veinte
pesos. Mientras esperaba el vuelto y los productos, se detuvo a leer
los carteles.- ¿Está buscando empleada? - inquirió tímidamente –
Sí linda, hace algún tiempo. Estoy bastante viejo y ya no me
alcanzan las energías para seguir con estos trotes- contestó el
señor con cierta connotación de tristeza. - Yo podría ayudarlo,
terminé el secundario el año pasado y aún no encuentro trabajo- se
ofreció con una sonrisa. Algo de ese amable señor le generaba una
sensación de comodidad y confianza.- Claro que sí, me encantaría,
podrías empezar desde el lunes, ¿te parece?-.
Así
quedaron, se despidieron con un cálido saludo y Tania salió a la
calle. Estaba cruzando la avenida cuando un grito la desconcentró: -
¡Los auriculares, señorita! -
Fué
lo último que recordó de aquel día. Una mezcla de sonidos y
fuertes luces, más algún insoportable dolor de cabeza y muscular
fueron los vestigios de algo que parecía haber sido un accidente.
Sin embargo, a pesar de creer que debería despertarse en alguna
habitación típica de hospital, con luces enceguecedoras, médicos y
enfermeras alrededor, se encontró en su cuarto, algo confundida aún
por el terrible sueño, (¿sueño? ) un tanto adolorida, seguramente
por haberse acostado en una mala posición y con una cierta sensación
de soledad y angustia. Por un momento sintió pesadez y no pudo
levantarse de la cama. Pero era conciente de que había pasado un
buen tiempo dormida y había mucho por hacer. Buscó su ropa de
domingo, y salió dispuesta a continuar el día. Se asomó a la
ventana y notó ciertos cambios brusco en el paisaje habitual del la
ciudad, pero no le prestó demasiada atención, quizás llovió,
quizás pasó algo más. De pronto sintió un punzante dolor en todo
el cuerpo, y encontró algunas heridas recientes por todos lados.
Debía encontrar a sus padres para preguntarles si había pasado algo
que ella no recordara. Los ubicó por el celular, estaban de compras.
Qué sí, que los espere que ya le explicarían todo, que no se
desespere que no tenía nada grave, que se tranquilice, todas frases
terribles, ¿qué le podría haber pasado sin que ella lo advirtiera?
¿O lo que había creído un sueño no lo era y realmente tuvo un
accidente? En efecto al llegar los padres le contaron lo sucedido.
Sí, si había salido a correr, si había arreglado comenzar a
trabajar el lunes en el quisco, si se había olvidado los
auriculares, sí la habían atropellado dos jóvenes que circulaban
alcoholizados. El choque la había dejado inconciente algunas horas y
debió ser operada de urgencia, pero se recuperó con normalidad, los
médicos habían advertido que quizás tuviera algunos baches en la
memoria, pero que todo mejoraría con el paso del tiempo.
Desconcertada ante tal situación decidió salir a dar algunas
vueltas para despejar su mente. Claro que no podía por que las
heridas aún no estaban cicatrizadas, pero no le importó, ya no
dolían. Pensó en todo mientras se dirigía al parque. Aunque no
recordase absolutamente nada del accidente y estuviese en un estado
de gran confusión, debía empezar a trabajar, avanzar, todavía
contaba con su vida y eso era lo importante. Pasado el tiempo de
recuperación, comenzó a trabajar en el quisco y todo siguió su
ritmo normal. Ya no quedaban dudas sobre su accidente, pero si
algunas secuelas. A diario sentía pinchazos en los brazos,
aparentemente de dolor. Durante las noches despertaba asustada porque
sentía la voz de su madre rogando que se levantara, lamentos en un
principio desgarradores, luego angustiados y finalmente resignados.
Supuso que era lo que había oído durante la noche que había pasado
inconciente después del accidente, que habían quedado guardadas
traumáticamente en su memoria. Y a pesar de no poder dormir del todo
bien, decidió no darle importancia a esos raros sueños, de manera
que fueron acallándose a medida que pasaban los meses.
De
a poco el destino comenzó a sonreirle, algún tiempo después de
empezar a trabajar pudo conocer al gran hombre de su vida, con quien
pasado un tiempo se casó y formó una hermosa familia. Tuvo dos
hijas, Azul y Maia a quienes les dedicaba toda su atención y por las
que se levantaba feliz todos los días. Gracias al trabajo de su
marido obtuvieron una casa propia, y por un momento creyó que nada
podía opacar la felicidad del momento. Tenía todo lo que había
pedido para sí misma, todo se daba según lo planeaba, nada
interrumpía esa especie de sueño maravilloso en el que se
encontraba. Pero un día volvieron a surgir las pesadillas. No era
fácil describir lo que le sucedía. Estaba en algún lugar,
recostada. Pero no podía moverse ni emitir sonido. Nada de su cuerpo
le respondía, era sólo ella y su mente, que podía percibir el
mundo exterior. Escuchaba la voz de un médico, o al menos eso
suponía porque cambiaba constantemente. Voces que creía conocer, a
veces distinguía la de su madre, la de alguna que otra tía que en
la realidad ya había desaparecido de su vida, aunque no sabía por
qué (de todas formas era mejor tenerlas lejos que cerca), y alguna
que otra vez la voz de su padre, indiferente e insensible como
siempre mientras discutía con su madre. Hablaban de “dejarla ir”,
muchas veces utilizaban la palabra “desconexión”, mencionaban
algunos aspectos legales de no se sabe qué. Conversaciones a las que
no podía meterse, no porque no quisiera si no porque no podía. Y
eso la desesperaba. Pero fue mucho peor aún, cuando comprendió que
estaban discutiendo por ella, que lo que se disputaba era si
mantenerla viva o dejarla morir. Volvieron los llantos desgarradores
y la voz cansada de su pobre madre que le rogaba un milagro a ese
Dios en el que alguna vez había dejado de creer. Todo por eso
maldito accidente. “No por favor, todavía estoy acá, todavía
respiro, quiero vivir, quiero despertar, no me suelten la mano,
necesito una oportunidad” intentaba gritar con todas sus fuerzas
pero no lograba ni siquiera abrir los ojos, no pasaban de ser
intentos vanos de su mente que intentaba reactivar todo ese cuerpo
muerto que la resguardaba. “No mamá, no te resignes, necesito que
confíes en mí, que me ayudes a despertar, mamá no te vayas, mami
te amo, necesito que te quedes conmigo, ¿no me escuchás má? No me
dejes sola, no permitas que me hagan algo malo, ¡mamá!”.
Despertarse
de esos sueños eran una batalla continua, mientras más se
desesperaba por salir de esa situación más difícil se tornaba
lograrlo. Cuando lo hacía respiraba profundamente y palpaba la
realidad que la rodeaba, le volvía el alma al cuerpo, suspiraba
tranquila y continuaba su rutina diaria. Aunque las pesadillas se
tornaron un tanto monótonas, no dejaban de ser terribles,
básicamente no quería dormir, probó ir al psicólogo, hacer algún
tratamiento, nada le daba resultado. Sólo conseguía transtornar la
vida de su familia. Creía estar volviendose loca, y más aún cuando
comenzó a sentir que cada vez que el sueño la vencía y se quedaba
dormida, al despertar sentía a su realidad cada vez menos real, sí,
creía y sentía más creíble a sus pesadillas que a la vida real
misma. Todo estaba dando vueltas. Ya no distinguía la lucidez de la
locura, y eso era desesperante.
“Es
un milagro, por Dios, Gustavo vení rápido tenés que ver esto.
¡Doctor!, ¡enfermeras! Alguien por favor, esto es un milagro” Oyó
los gritos de alegría de su madre. Tania se había despertado. Abrió
los ojos pero no pudo moverse debido al estado de gran debilidad en
el que se encontraba. No tenía noción de cuánto tiempo había
estado dormida. No. No había estado dormida. ¿Esto era la realidad?
¿Dónde estaba? ¿Qué le pasaba? No, era su sueño y lo había
vencido, claro que sí, había logrado despertarse y esa pesadilla ya
no volvería más. Ahora sólo quedaba despertar a la realidad. Pero
no pudo.
Su
vida no había sido más que un largo sueño durante un estado de
coma profundo luego del accidente. Quince años en reposo, la lucha y
la perseverancia de sus padres habían logrado mantenerla viva y hoy
veían el resultado: su hija había vuelto. Pero Tania no podía
entenderlo. ¿Dónde estaban sus hijas? ¿Su marido? ¿Su casa? ¿Su
felicidad? ¿Nada existía? No lo quería entender, no podía
entenderlo. Tenía 33 años y casi la mitad los había pasado
durmiendo. No podía ser posible, necesitaba despertar de verdad,
necesitaba creer que ese no era su sueño, que quería volver a su
vida normal. No podía ser cierto, pero claro, había una solución,
¿qué era lo que la mantenía en esa horrible pesadilla? Haber
despertado, estar viva. Entonces debía volver a dormirse. ¿Cómo
iba a dormirse? Exacto. Debía morir en su sueño. Con un último
esfuerzo sobrehumano, levantó el brazo, estiró la mano y desconectó
el respirador...
Tamara Ailén :)